Hoy hace sol. Y no me
gusta. Normalmente estaría encantada. Pero no hoy. Eso hace que tengas más
ganas de salir a la calle y… no puedo. Quiero, pero no puedo. Está prohibido.
Parece un chiste; si me lo hubieran contado hace un par de meses, me hubiese reído.
Hoy no. Hoy miro por la ventana y quiero llorar. Entonces me acuerdo de que soy
una privilegiada porque estoy en mi casa y no guardo cola para pillar una cama
en un hospital. Es en ese momento cuando de verdad mis lágrimas empiezan a
brotar. Por ellos, por los que se han ido, por los que se irán, por los que
trabajan y ayudan sin descanso a que otros se recuperen. Por eso aplaudo cada
día más fuerte.
Me acuerdo de la
normalidad. Y de una frase que leí en Pinterest que decía: “Si piensas que la
aventura es peligrosa, prueba la rutina. Es mortal”. Y sin embargo, no creo que
haya una cosa en el mundo que nos apetezca más que volver a la rutina. Madrugar
ya no nos parece tan malo; y el atasco, una oportunidad de escuchar enteras tus
canciones favoritas; y la chapa del profesor, un aprendizaje para el futuro; y
la siesta, un regalo divino; y cenar en familia, descubrir que antes que tú
también se ligaba; y aprender a poner una lavadora; y hacer la cama en
condiciones; y recordar que te gustaba hablar por teléfono durante horas con
tus amigas; y ponerte melancólica viendo álbumes de fotos; y recrear escenas en
tu cabeza con ese chico al que te da vergüenza saludar; y arrepentirte de todas
las veces que le has querido escribir y no te has atrevido; y recriminarte
todas las oportunidades de quedar que has tenido; y reprenderte de los planes
que has apuntado y que al final se quedaron en eso, en planes; y reprocharte no
haber hecho ese viaje pendiente. Y contagiarte del aburrimiento. Y ponerte a rezar, ja, eso no sirve si no has
hecho algo más. La ignorancia es el peor enemigo.
Recapacita. Cuántos
besos al aire. Cuántas quejas infundadas. Cuánta falta de ganas. Cuántas veces
“lo haré mañana”. Porque el día que
salgamos y besemos el suelo, piensa en lo primero que harás, en la persona a
quién verás y prepara lo que le dirás. Y no tengas miedo. Ten agallas. Porque
si alguien ha podido permitirse el lujo de tener miedo son todos aquellos
héroes anónimos que día tras día se han puesto en la zona de batalla, tras un
traje especial y nada cómodo, con heridas en la cara permanentes, viendo morir
a una generación de valientes, intentando acercarles a sus familiares a través
de una pantalla, comunicándose con lágrimas y aplausos, para luchar por un país
y ganar la guerra contra algo nunca antes conocido.
Así que hoy, que hace sol,
sal y aplaude más fuerte.
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