El hospital está lleno
de enfermos. Mi abuelo lleva aquí mucho tiempo, pero nunca ha estado tan
acompañado como ahora. Todos tosen y llevan mascarillas. Mi abuelo también.
Solo puedo visitarle una vez a la semana y sin acercarme mucho. Por lo visto
padece algo muy contagioso. Los médicos están buscando la cura. Mi abuelo y yo
estamos buscando otra cosa.
—Yo vi uno, una vez.
—¿Cuándo, abuelo?
—Hace tiempo. El último
recuerdo que tengo es que no hacía tanto frío. Escucha, eres el encargado de
esta misión. La llamaremos… ¡En busca del abrazo perdido! Necesitarás: traje de
camuflaje, prismáticos, cámara fotográfica…
—¡Hecho, abuelo! Pero, ¿qué
pasa si… nos lo damos nosotros?
—¿Un abrazo? ¿Estás
loco?
—Abuelo, ¿por qué
dejaron de existir?
—Por el miedo.
—¿Y no sería mejor que
desapareciera el miedo a que lo hicieran los abrazos?
—Pero el miedo vale
dinero, no puedes obligar a las personas a que se desprendan de él.
—¿Y si le compramos? Papá
Noel me dejó un billete de… ¿Me llega?
—No, me temo que no.
—¿Tú no tienes miedo,
abuelo?
—A veces.
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